El buen trato en la infancia para un desarrollo emocional sano

¿Te has planteado alguna vez por qué eliges siempre el mismo perfil de pareja? o ¿por qué te comportas en determinadas situaciones íntimas de una forma que no puedes controlar pero que te sale de dentro y que te gustaría que no fuera de otra manera? o ¿te has parado a pensar por qué surgen determinados miedos con tu pareja como inseguridad y celos?

La teoría del apego nace hace más de un siglo para explicarnos las diferencias individuales, “estilos de apego”, respecto a cómo pensamos, sentimos y nos comportamos en las relaciones con otras personas. El concepto de “apego” hace referencia al vínculo emocional que establecemos a lo largo de nuestra vida, primero con nuestros padres, y después con amigos, pareja, compañeros y e hijos.

Existen varias visiones respecto a esta teoría, siendo la más conocida la de John Bowlby, considerado el padre de la teoría del apego. Partiendo del axioma de que el apego se inicia en la infancia y continúa a lo largo de la vida, constata la pre-existencia de sistemas de control del comportamiento que son innatos y necesarios para la supervivencia y la procreación de los seres humanos.

Nacemos inmaduros y nuestra supervivencia está supeditada a los cuidados del otro (figura de apego). Desde el primer contacto físico con nuestra madre, empezamos a decidir si podemos recurrir a ella para satisfacer nuestras necesidades, tanto si responde de una manera tranquilizadora, como si nuestra angustia suscita en ella irritación o indiferencia. Estas experiencias se registran en nuestra experiencia emocional y guía nuestra evaluación posterior de la seguridad o de riesgo en otras situaciones de apego futuras.

El cerebro para desarrollarse plena y sanamente necesita de la interacción afectuosa con una figura permanente y competente y, es aquí, donde se adquieren las competencias emocionales tan necesarias para la vida afectiva futura (establecer relaciones afectivas maduras y positivas).

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El cerebro, para desarrollarse plena y sanamente, necesita de la interacción afectuosa con una figura permanente y competente»

Otra figura representativa en el estudio del apego es Mary Ainsworth, una de las psicólogas más reconocidas por su contribución a dicha teoría yendo aún más lejos al proponer su concepto de “situación extraña”, y añadir así a la teoría del apego tres estilos de comportamiento: seguro, inseguro-evitativo e inseguro-ambivalente. Más tarde, otros autores identificaron otro estilo, el estilo de apego desorganizado. Este es el trastorno de apego más grave, estos niños todo lo que viven es tan traumático y doloroso que no pueden organizarse para responder de una manera normal y la respuesta es totalmente desorganizada.

  • Apego seguro: se caracteriza porque el pequeño busca la protección y la seguridad de la madre y recibe cuidado constante y permanente. La madre suele ser una persona cariñosa, que muestra y se muestra afectiva, además de ser flexible y no invasiva en su cuidado, reconoce un papel para favorecer y cuidar el desarrollo de otro ser humano diferente a ella. Esto lo que permite es que el niño desarrolle un concepto de sí mismo y de autoconfianza positivos. Estos niños se convertirán en adultos que se sienten seguros en las relaciones interpersonales, incluidas las de máxima intimidad.
  • Apego inseguro – evitativo: se caracteriza porque el pequeño se cría en un entorno en el que las figuras de apego son rígidas e inflexibles. Muestran conductas de rechazo y hostilidad ante la expresión del bebé de sus necesidades no cubiertas o ante las manifestaciones afectivas – emocionales propias del bebé. El contacto o lo exigen o lo limitan a determinados momentos. Esto no ayuda a adquirir el sentimiento de confianza hacia sí mismo que necesitará el niño posteriormente. Por tanto, los niños se sienten inseguros y desplazados por las experiencias de abandono en el pasado y se convertirán en adultos que restringen o inhiben el deseo de reconocer sus estados emocionales.
  • Apego inseguro ansioso – ambivalente: se caracteriza porque estos individuos responden a la separación con gran angustia y suelen mezclar sus conductas de apego con protestas y enfados constantes. Esto se debe a que no han desarrollado correctamente las habilidades emocionales necesarias, ni han tenido expectativas de confianza ni de acceso a los cuidadores. Serán adultos que en situaciones íntimas experimentarán en ciertos momentos rechazo hacia su pareja, pudiendo sentir una rabia muy fuerte producida por una falsa percepción de abandono ante conductas de separación normal. Mostrarán hipersensibilidad ante emociones negativas y expresiones intensificadas de angustia.

Podemos concluir que el estilo de apego desarrollado en la infancia determina de manera decisiva el desarrollo emocional en la etapa adulta. El impacto de las experiencias tempranas determina la calidad de las relaciones afectivas en el futuro, lo que se ha denominado el estilo de apego adulto.

Todas las capacidades emocionales que ponemos en juego en las relaciones interpersonales afectivas se desarrollan y aprenden, no nacemos con ellas: capacidad de identificar y diferenciar emociones, capacidad de regular dichas emociones y, entre estas capacidades, la más complicada de todas ellas: la empatía. Es precisamente en este proceso, mediante el cual se construye el vínculo de apego con las figuras representativas del niño, donde se adquieren y desarrollan, determinando nuestras capacidades emocionales futuras. De ahí la importancia de construir una sociedad de buen trato a la infancia para lograr una sociedad más sana a nivel emocional y, por lo tanto, más feliz.

Autora: Ainhoa Galindez. Licenciada en Psicología Clínica, Experta en Coaching, Inteligencia Emocional y PNL, Máster en Coaching, Inteligencia Emocional y PNL Educativa por Escuela de inteligencia. Experta en Violencia de Género: Prestación de apoyo personal y psicológico, así como asesoramiento y tratamiento a Mujeres Víctimas de Violencia de Género como terapeuta.

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